martes 27 de diciembre
He despertado a las 4 y 56 de la madrugada, todavìa oscura y fría. Fue el sonido del celular el que me rescató de unos sueños perniciosos. Simplicio a esa hora me avisaba que ya había salido de San Felipe, y preguntaba que por dónde venimos, le iba a responder que "por el quinto sueño", pero preferí esperar el amanecer para contestarle. Él pensaba que íbamos a madrugar para agarrar carretera, en verdad no: nos esperaban unas arepitas en Ciudad Barinas, pero eso iba a ser a las ocho de la mañana. Pero al menos me despertó de ese mal sueño. Creo haber soñado con una cola para entrar a un banco o a un local comercial, no recuerdo, y cuando me tocaba entrar se me vino todo ese arreo de muchachos que conocì ayer, pero eran muchos más. Yo llamaba a José Watanabe, como un conjuro para salvarme, y nada. Ni Yasín ni Milagros estaban ahí para rescatarme, yo contaba con José Watanabe, y lo llamaba... cosas extrañas del soñar. Watanabe fue un poeta peruano de ascendiencia japonesa, de él es este poema:
"En el cauce del río seco
una espigada yegua orina sobre un sapo agradecido.
Yo, que voy de paso, sonrío y recuerdo
una antigua ley de compensaciones
de la magia: más feo el sapo
más bello y deslumbrante el príncipe."
A las 6 y media estábamos todos en pie. Desarmamos la carpa gigante de Yasin, con todos sus tubos y el pesado plactico que sirve de techo. Lo montamos en el camión, tambien una cava grande de metal, de dos bocas, también una cocina armada en L con una sección para picar los aliños y una plancha de tres estufas, groseramente grande: también la montamos. Una lámpara, una hamaca y otras cosas más. Fue muy generoso Yasín. Siguieron las despedidas consabidas y arrancamos rumbo a Ciudad Barinas, apenas a quince minutos de distancia. Ahí nos esperaba Mafer con un buen desayuno. Nos indicó las coordenadas, pero fue inevitable: nos perdimos. Anny llamaba, intentando ubicarse en la dirección, pero nada, giramos en una esquina solamente para salir de la ciudad y tomar el rumbo a Apure, pero estábamos en esas cuando casi por casualidad encontramos el edificio, y a Mafer esperandonos en el estacionamiento. Mafer en verdad se llama Maria Fernanda, fue mi alumna cuando yo trabajaba como profesor en un colegio privado de San Felipe, fue condiscípula de Anny, por eso a Anny le tomé confienza en este viaje, ya la conocía de cuando estudiaba bachillerato.
Subimos al segundo piso y ahí estaba la mesa servida: caraotas refritas, revoltillo de huevo, crema de leche, queso rallado, mantequilla, arepas calenticas, jugo de naranja y café con leche ¡y pensábamos irnos sin pasar por ahí! Menos mal que encontramos el edificio, decía Jorge, porque daba pena con todo el empeño que tuvo ella en poner la mesa. Comimos de todo lo que había, pero al terminar hubo que partir de inmediato porque el recorrido que nos faltaba era mucho. Al depedirnos le entregué mi libro, que se lo había prometido a través de Facebook, y tomamos la vía hacia Libertad. Allí equipamos de gasolina y seguimos a Puerto de Nutrias. Fue donde nació el poeta y cineasta Jesés Enrique Guédez. De él es el poema:
"Nos vemos desde adentro y nos soportamos lúcidos, trastornados o pasajeramente embriagados."
Ya habíamos ingresado al llano, con las aguas estancadas, muchas lagunas a orillas de la carretera, garzas, ganado, y se fueron escondiendo las montañas. Los rostros de los habitantes iban adquiriendo la faz del indigena, de pómulos fuertes, achinados, cabello lacio y piel oscura. Pasamos por el puente sobre el rio Apure, limitrofe. Ahi en Apure se ven muchos carteles anunciando unidades productivas agricolas y pecuarias, "aquí llegó la revolución con todo" comentamos. Para ser éste un viaje tan largo, la niña Arantxa lo soporta muy bien, a veces duerme, al despertar señala con su dedito a los toros y las vacas. Pidió comida, entonces nos paramos en una bodeguita, antes de llegar a Achaguas. Una casita de barro, con dos estancias. Erigida en barro, con friso de cal, techo de cinc envejecido. Esa casita me hizo recordar Nirgua, donde pasaba algunas temporadas cuando infante. Casas de barro, sencillas como quien las habita. Desprendía un olor a cocina de fogón, a comino y orégano. Se asomó una joven y me despachó las galletitas y el jugo. Arantxa se comió sus galletas y siguió cazando toros y vacas con su dedito estirado.
Entramos finalmente a San Fernando de Apure, bastante desmejorado el ambiente por una lluvia incesante. Paramos en un bulevar que divide la avenida en dos. Salimos Anny y yo a sacar dinero del cajero. Morgan le hizo un cheque a Jorge por un viaje que le hizo la semana pasada. Quedó la mamá de Anny en depositarlo en cuenta del Banco del Caribe, pero a esa hora de la tarde en San Fernando aún no se habia hecho efectivo. Yo retiré, y, por supuesto, asumiría los gastos de todos mientras se resolvia lo del banco. Pasamos por la redoma de los cocodrilos y al final volvimos a pasar el r río Apure, por el puente María Nieves, para llegar a Guárico. Paramos en un pueblito y en local casero almorzamos, aunque ya era hora de cena. Pedimos sopa de costilla -¡qué sopa!- y de seco pescado frito, pollo guisado y carne, cada uno, con su respectivo contorno. Arantxa comió del plato de su madre. Llenas las panzas retomamos el camino.
En el trayecto seguía preguntando Simplicio por mensaje "¿por donde vienen?", yo, para no decir que salimos a las siete y media y no en la madrugada como él quería, ni que nos detuvimos en Barinas, ni que paramos cerca de Camaguán, preferí mentirle y le dije que ya ibamos por Dos Caminos. Comenzó entonces a llamar y no respondí: es más facil mentir por mensajes que por llamadas. Parece que ya iban ellos por El Tigre, quizás no pararon en ningún lugar. Según contó Jorge, cuando uno pregunta a alguien en el Zulia "¿cuanto falta para llegar a...?" ellos responden "cuando usted piensa que van llegando, ahora es que falta mucho".
Calabozo es un poblado grande, con avenidas. Seguimos rumbo a Dos Caminos, pero había que pasar por el embalse siendo ya de noche. La carretera atraviesa el embalse, dejendo en el margen derecho las aguas retenidas y a la izquierda un gran precipicio. Al llegar a Dos Caminos equipamos con gasolina, había cajeros y Anny aprovechó para ver si se habia hecho efectivo el deposito. Sí, se hizo efectivo, pero no daba dinero. Una mala noticia entre una buena. Llegamos a El Sombrero con todo el cansancio acumulado. Desde afuera no parece, pero al entrar se revela como un poblado moderno, con vida activa de noche, muchos puestos de comida, hoteles. Llegamos al hotel Caracas. Dejamos el camión en un estacionamiento atrás, en el fondo, y pedimos al recepcionista que nos guardara las mantequillas y la caja de tequeños en el congelador, que ya venían resentidas por el calor.
Casi ni nos despedimos, cada quien se fue a su habitación. Yo busqé de inmediato la ducha. Encendí el televisor, estaban pasando de "estreno" Duro de Matar, con Bruce Willis. Seguí la lectura de "El Demonio Raquítico", colección de cuentos de Marco Tulio Gentile. Ya dominado por el sueño dejé el libro en la silla y me fui durmiendo con los fogonazos de pistola que disparaba Willis el duro.
poeta se me hace extraño el hecho de que haya llegado buscando la ducha, seria pense, seria para describirla pero no, no lo izo ud, es una de esas dudas que a uno le quedan, hasta aqui va todo incluido, viaje, disfrute, niños y hasta la angustia, en este caso por el dinero jejejeej
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