TERCER DIA




miercoles 28 de diciembre

A las siete de la mañana Jorge tocó a la pierta de mi habitación. Hacía mucho que me había levantado. Me dio tiempo de actualizar estas crónicas, revisar otro texto de Gentile y recoger las cosas. Mientras, por el canal National Geographic se daba un programa sobre el amamantamiento a los niños. Narraban el caso de un niño de cinco años que todavia mamaba teta, y la madre decia que lo iba a destetar cuando él mismo lo deciciera. Si es asi puede suceder como aquella niña que vi hace tantos años, en un pueblo de Yaracuy, quien con doce años seguia pegada a la madre, succionando una obre ya reseca. No debería ser el hijo quien lo decida. Anny me dio la razón.

Bajamos y salimos. Ya habíamos recogido la mantequilla y la caja de tequeños. Éstas son algunas de las compras que hicimos en San Felipe. Ya los tequeños, por el calor, estaban regordetes como dedos de sumo japonés, pero todavían no olían mal. Buscamos primeramente cajero para resolver lo de la cuenta de Jorge y Anny, pero aún reflejando saldo positivo no recibían dinero. Yo sí pude retirar. Nos fuimos a un puesto de empanadas, desayunamos y sin perder tiempo tomamos carretera nuevamente. Paramos en Valle de la Pascua solamente para hacer las compras de todo el resto de mercadería que vamos a necesitar. Entramos al Macro y llenamos el carrito con lo que pudimos, porque venden todo al mayor y no nos convenía llevar, por ejemplo, una caja de jabón azul, o de mayonesa. Aprovechamos el saco de pollos y un buen pedazo de carne. En la caja intentó nuevamente Anny con su tarjeta, pero falló otra vez. Iba yo a usar la mía, pero ella prefirió firmar un cheque de la misma cuenta. El muchacho fue a conformar en la oficina administrativa, mientras Anny esperaba con gesto de desesperación. El cheque sí pasó. Cargamos todo al camión, pero era urgente que compráramos mucho hielo, por el pollo y la carne. Resolvimos eso en un bodegón cercano, y arrancamos. Llamó Simplicio. Ya yo sabía que nos esperaba en Puerto Ordaz, donde pernoctaron. Yo le había armado toda una historia de dramas relacionada con el cheque que no se hacía efectivo. Cuando estábamos en El Sombrero yo le dije que estábamos en El Tigre, distante dos horas y media de Puerto Ordaz, por eso nos esperaban. Le dije que era mejor que avanzaran, porque lo del banco no se había resuelto y que saldríamos tarde de El Tigre. Ni siquera habíamos llegado a El Tigre, apenas íbamos por El Socorro, y faltaban unos cuantos kilómetros para llegar a Santa María de Ipire, es decir, aún no salíamos de Guárico.

En la carretera de Guárico lo que más se ve, al menos saliendo de El Sombrero, son ventas de quesos, dulces, casabe. Siempre tuvimos la intención de comprar queso llanero, desde que estábamos en Barinas, y todavía no nos decidíamos. Y hasta ahora no hemos comprado. La comunicación con Simplicio se había perdido, no respondía los mensajes. Lo último que recibí fue el número de su acompañante, y su nombre: Krameas. Imaginé que andaba con un griego, o algo así. En el carro hubo un momento largo de silencio. Dormimos por tramos, dejando a Jorge solo, en control de la vía. Cuando llegamos a El tigre, finalmente, comenzó a llover fuertemente, tanto que se hicieron pozos en varias calles. Por fortuna este camión es alto, un Triton del año 2010, en plenitud de funcionamiento. Llegamos al distribuidor La Viuda, y tomamos la carretera directo hacia Puerto Ordaz, sin pasar por Ciudad Bolívar, que resultó en un ahorro de dos horas, más o menos. Pasamos por el puente sobre el Orinoco, sostenido por guallas.

Mi padre me envió mensaje: "Mañana la mediodía descansando unas horas están llegando". Se refiere a la llegada a Canaima. Él sabe bien de esto, recorrió varias veces el país frente al volante de un camión. Nos costó tomar la vía hacia San Félix, hay muchas salidas como entradas en Puerto Ordaz que hay que atinarle bien. Un samaritano dio las indicaciones correctas, y le pasamos a San Félix por un costado, sin detenernos. Llegando a Upata llenamos el tanque del camión, el cielo ya estaba veteado. Le sugerí a Jorge quedarnos ahí, para que descansara en vista de todo el trayecto de este día. Aseguró que podía maneja unos kilómetros más. Él tiende a ser terco, a pesar de su juventud. No le llevé la contraria, y arrancamos con los primeras trazas del anochecer.

La carretera se hizo más estrecha y sinuosa, como una culabra larga que en su su recorrido serpentea ágilmente. A esto se le sumó la lluvia. Llovia fuertemente y la visibilidad se hacía más dificil. No le escuché a Jorge ni una queja. Anny y la niña dormían. Yo, con los ojos pelaos, aferrado al cinturón. En el pueblo de Santa Cruz preguntamos cuánto falta para llegar a Guasipati, "en cuarenta y cinco minutos están allá". Me conformé con contar los minutos, porque ni al frente ni a los costados se veía señal de vida. Subidas y bajadas, uno que otro carro rompía con sus luces la monotonia de la noche. Jorge bostezó. Suficente para aterrorizarse. Hice lo que hay que hacer en estas condicines: sacarle conversación. Cualquier tema, trivial, pero mientras me estuviera repondiendo sentía que sí ibamos a llegar a Gusasipati en una pieza. Al emerger de una curva pudimos divisar un resplandor extenso en el cielo, por allá, muy adelante. "Tiene que ser Guasipati". Las nubes retenían la masa de luz que le llegaba desde abajo. Un pueblo grande, tal vez, con muchas avenidas. En un lapso de tiempo mayor al que nos dijeron en Santa Cruz llegamos a Guasipati. Jorge, luego de otro bostezo dijo: "podemos seguir hasta El Callao". Mi silencio fue toda su respuesta.

A mitad de la calle principal encontramos el hotel El Mamey de Oro, y contrario a su nombre, las condiciones en general eran óptimas. Cenamos en una de las habitaciones lo que traíamos: pan de sánguche con jamón y mortadela. Refresco de Chinoto. Me despedí y salí al cyber de la esquina a actualizar el blog. A las nueve y media volví y dejé encendido el televisor mientras me bañaba. Ahí me enteré que a Cristina Fernández, la presidenta de Argentina, se le diagnósticó cáncer. "También el cáncer acecha a la iquierda latinoamericana" es lo que pensé, y luego de revisar "El enigma del anticuario", del escritor dominicano José Acosta, me eché a dormir.

2 comentarios:

  1. MOCHILEROS, DESDE AQUI DESDE SU TIERRA, LES DESEAMOS FELIZ AÑO NUEVO. Y A LA EXPECTATIVAS DE LOS PROXIMOS CAPITULOS DE SUS RECORRIDOS.

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  2. entiendo la situacion de jorge si que lo entiendo, yo suelo ser igual, sobre todo si uno esta claro de sus cualidades y fuerzas, siempre prefiero rodar un poco mas ese mismo dia y adelantar la llegada, salud

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