jueves 29 de diciembre
Cuando desperté en Guasipati lo que sentí fue mucha hambre. Pensaba dedicarme a leer algunos de los libros que traje, pereio no aguenté. Salí del hotel, sa eso de las seis de la mañana, pregunté el encargado por alguna venta de empanadas cercanas, y ahí llegué. Tenía pocos clientes, era muy temrpano en la mañana. Las criollas tenían la forma normal, pero las chilenas eran cuadradas. Pedí una criolla y una chilena con una malta. Recorrí las calles ya con la claridad in crescendo. Varios establecimentos a lo largo de la vía principal. Al regresar al hotel Jorge estaba calentando el camión, con Arantxa. Coincidimos en la misma opinión: es un pueblo muy agradable. Él dijo que era una mezcla de Nirgua con Guama, por el clima y lo colonial. Sí que hace un friíto bueno, relajante.
Anoche, luego de la cena, Simplicio me llamó: ya estaba en Canaima, en Rápidos de Kamoiran. Usaba un teléfono satelital porque allá no hay cobertura. Preguntó, como siempre, que dónde estábamos. Ahora si podía decirle la verdad, en todo caso ya habíamos adelantado bastante. Le dije que en estábamos Guasipati, entonces sacó la cuenta y calculó que estaríamos allá al mediodía. Lo mismo que dijo mi padre. Me dio la ultimas recomendaciones y dijo que se iríra de paseo en la mañana, antes que nosotros llegáramos.
Salimos hacia El Callao, luego que Anny y Jorge pidieron unas arepas rellenas cerca del hotel. Yo no iba a comer, pero me llevé una para el camino. Pasamos por El Callao y recordé que cada vez que yo viajaba lejos del Yaracuy me llevaba un ejemplar de prensa de la región, así que esta vez me compré uno de los periódicos del estado Bolívar. Me ubicó en la situación general del estado, se habla mucho de las minas, de la inseguridad, asesinatos de taxistas, pero también de otros temas como el deporte local, principalmente el fútbol y la creación de empresas de interés social. A El Callao lo llaman "la tierra del oro, del calipso y del futbol", y en verdad tiene un monumento a las bailadoras y cantadoras de calipso y una plaza dedicada a Edson Arantes do Nascimento "Pelé". Seguimos hacia El Dorado y al llegar a Las Claritas todo daba la impresión de un gran mercado en una calle estrecha. Compra y ventas de oro y diamantes, tiendas de ropa, de articulos eléctricos, restauranes, loterías, todo en una vía donde apenas pueden pasar los carros que van y los que vienes, casi rozándose lado a lado. Luego entramos al kilómetro 88. Todo lo que haga falta para apertrecharse se encuentra allí: es la puerta de entrada al Parque Nacional Canaima. Antes se subir la cuesta, salimos a satisfacer un antojo de Anny. Fuimos por empanadas en el último local de comidas, atendido por dos señoras que hablaban español con dificultad, pensé que serían trinitarias, pero tambien pueden ser guyanesas. No les pregunté de dónde eran. Sobre la acera tenían una mesa de metal rematada en una parrilla donde brillaban las brasas, y sobre la parrilla dos ollas de tapas trasparentes. Me pareció que eso que contenían las ollas tenían que ser unas delicias: lo que trasparentaba el vidrio de la tapas eran unas piezas de carnes doraditas, jugosas, con la consistencia de un guiso o asado dejado en cocción lentamente, para dejar que escancien los sabores. Pedimos una ración de cada uno: costilas el primero, patas de cerdo el segundo, acompañados con arroz aliñado con tropezones de lentejas, tostones y arepas fritas. No nos equivocamos: una gran delicia. Lo llevamos con gran ánimo para compartirlo con Anny, pero indispuesta preguntó por sus empanadas ¡lo olvidamos! En circunstancias como éstas hastas los antojos de embarazadas se olvidan. Le compramos su empanada y salimos.
Pellizcábamos de cuando en cuando las carnes recién compradas mientras iniciábamos la escalada por la sierra de Lema, pasando por la Piedra de la Virgen, y todo fue subir y subir por varios minutos. Ascendente y sinuosa como la carretera de Aroa. Luego de una curva se nos abrió en toda su amplitud la Gran Sabana. En verdad es una sabana inmensa, un prado verde y frío de muchos kilómetros. La carretera la atraviesa por su mitad, como si fuese una cinta de asfalto que comunica de norte a sur. Al poco tiempo de adentrarnos a la sabana nos encontramos un puesto de control del ejército, donde estabas apenas aterrizando un helicóptero de donde emergían varios uniformados. Preguntamos por los Rápidos de Kamoiran, y seguimos avanzando. De lado derecho había un conjunto de construcciones de donde salía una cola de carros que iban a surtir de gasolina. Mientras Jorge se incoporaba a la cola, yo toqué tierra y terminede comer el plato comprado en el km 88, y escuchamos entonces que nos llamaban. Era Simplicio.
Salio de una picó plateada y se nos tiró encima con los brazos abiertos. Nos saludamos y nos presentó a quien conducía la camioneta: Krameans. Nos acomodamos más allá, e intercambiamos relatos. Aprovechamos para ir al baño y luego visitar el río que se encuentra en la parte de atrás de ese campamento. Con caídas leves, de piedras lustrosas, nos tomamos fotos allí y luego salimos a ordenar el itinerario. Ese campamento de Kamoirán tiene todas las comodidades que el más exigente puede pedir: restauran, bomba de gasolina pdv, cafetería, hostal, bodega, venta de hielo... pero nosotros no hicimos todo ese recorrido para buscar ese tipo de comodidades.
Salimos a Aponwao, distante del campamento como 45 minutos por una carretera de tierra y barro. Se llega primero al campamento Aponwao, allí se solicita el servicio de curiara por 50 bolívares y se hace luego un recorrido a pie de 20 minutos. Yo no fui. Me quedé en el campamento: no salgo de mi temor por la embarcaciones, así que Simplicio se llevó mi camára y me trajo al imagen. Jorge tuvo su ataque de fatiga, regresó algo pálido y jipato.
Volvimos a Kamoirán para partir, de noche, hacia nuestro logar de acampar. Pasando pantanos y un río, llegamos a Sakaika. Los faros de los dos carros iluminaban el lugar donde se establecerían la carpas, de resto todo era oscuridad cerrada. Se escuchaba fuertemente el rumor del río y su caída desde una catarata. "Es el río Sakaika, mañana vas a ver los caudaloso que es" me dijeron. Mientras, sin bajar la cocina, comencé a preparar los tequeños, peleando titánicamente contra el viento y la lluvia, la cuales hacían todo para apagar el fuego, pero yo como un nuevo Prometeo hacía todo lo posible por mantenerlo vivo. "¿Tu trajiste carpa?" me preguntó Simplicio, y yo desde arriba del camión, afanado con el aceite caliente y contra la furia de los elementos le respondí "no". Después de algunas burlas, decidió armarme una que tenía de sobra. Eran entonces tres carpas pequeñas, individuales, pero la de Jorge era familiar, más difícil de instalar, así que ayudaron en esa faena Simplicio y Krameans, luego de armar las pequeñas. Arreció el viento, se confundía con el ruido del Sakaika. Mientras yo le colocaba paredes de cartones y plasticos a los alrederores de la cocina para que nos se pasmaran los tequeños, los demás halaban de las cuerdas de la carpa como si maniobraran un velero en un mar picado. Finalmente perdí la pelea contra la lluvia y el viento, pero logré sacar adelante 26 tequeños, así que me bajé con olla en mano y lo ofrecí a todos, quienes ya habían erigido la carpa más grande. Pregunté por las carpita que me habían asignado y echamos miradas hacia donde la habían armado, pero no se veía, se la tragó al oscuridad. Avanzamos con linternas porque seguro que el viento la había movido de lugar, pero no estaba en los alrededores. Se amplió el radio de búsqueda a orillas del río.
Nos comimos los tequeños y bajamos con una chinoto, y al rato escuchamos que gritaba Simplicio "¡allá está!". Lanzando las luces de la linternas río abajo, a orillas de la catarata, estaba la comba de colores colocada mansamente sobre las aguas, como puesta allí para acampar. Flotaba allí sin posibilidad de rescatarla. Pensamos que era mejor esperar el amanecer para resolver cómo sacarla, con la esperanza que no siguiera su ruta cataratas abajo. Anny y Jorge me invitaron a compartir su coarpa, suficientes para nosotros tres, y medio.
Dormir en medio de una explanada inmensa, primitiva, depurada, con la luvia amainada en leve llovizna, el ruido de las aguas y la sensación de saberse un elemento más de la naturaleza, son todos buenos incentivos para pasar la noche y dormir. La primera noche en Canaima.
Magister, que bueno, se abre el almanaque del mes de enero del 2012 y vuestras mercedes aparecen en Brasil llenando las páginas de alegrías, sorpresas y buenaventuranza desde otras latitudes. Sigan contándonos sobre sus vivencias, que deveras nos contentan.
ResponderEliminar¡Salud¡
Yony G. Osorio G.
Lunes, 02 de enero de 2012
saludos y rspetos yony, poeta toda una travesia de no ser asi entonces esta pasaria inavertida, siguiente capitulo por favor
ResponderEliminar