DÉCIMO DÍA

miércoles 4 de diciembre

Este día marca el final de la ventura. "Todo tiene su final" cantaba Lavoe, en este caso no es para lamentarse: un cierre con pescado frito y refresco frente al mar es lo que podíamos justamente aspirar. El rumor del inmenso mar que mira hacia el caribe atestigua el retorno a donde todo comenzó.

Resulta que al levantarme ya estaba en pie el señor que nos recibió anoche, el encargado del hospedaje. Estaba muy interesado en conversar. El establecimiento funciona desde hace más de veinte años, todos los trabajos de edificación los acometió su hermano. Al preguntarle que donde estábamos en ese momento dijo que en el Cerro Bachiller, y recordé las historias que narraban Fernando Rivero y el Gordo Alejandro de cuando en los años 60 estos mismos parajes sirvieron para que renacieran las esperanzas. Mientras en Caracas se acomodaba el modelo de gobierno que iba a regir los destinos de la nación luego de la caída de Pérez Jiménez -mediante el Pacto de Punto Fijo- en este cerro se delineaba un modelo de nación que debía reivindicar al pueblo, ese pueblo perennemente desplazado. Cuando le dije al señor que en esos cerros se nucleó una extensión de la guerrilla venezolana, respondió: "exactamente, los guerrilleros esos".

Ya le había solicitado un poco de agua caliente para cebar un mate, que anduvo conmigo en todo el trayecto y no había podido consumirlo. Se lo dí a probar y arrugó más la cara cuando sintió lo amargo. Todavía no había respondido Simplicio, le perdimos la pista. Cuando se levantaron Jorge y Anny se incorporaron de una vez al camión, que había prisa en agarrar carretera temprano. La mañana se humedeció en llovizna. Había que entrarle a Caracas de manera que no nos encontrarnos con colas, aunque en la radio se anunciaba total despeje de las avenidas.

Fueron pasando las horas y los puestos de comidas pasaban y desaparecían por las ventanillas. Había hambre, pero el conductor no se detenía. Hubo que recurrir a la estratagema más efectiva: hacer coro con Arantxa en su cantaleta de "empanada, mami, empanada..." ¿y quién aguanta eso en un cubículo cerrado como el del camión?". En Guatire nos detuvimos, pasadas las ocho de la mañana, a orillas de carretera, donde habían muchas casitas con negocios de comida. Las empanadas estaban buenas, nos llevamos algunas para el camino, porque con este chofer no estábamos seguro si íbamos a almorzar. Entramos a Caracas, y como se informó por la radio, la Valle-Coche estaba despejada. Por lo general, pasar de un punto a otro en esta vía toma bastante tiempo, a veces hasta horas, por la cantidad de carros que se arremolinan ahí. En estos días mucha gente abandonó la ciudad y nos la dejó solita a nosotros.

Vimos las construcciones de urbanismos que iban adelantadas, edificios de apartamentos y lotes de casas, de un lado y otro. Pero habían demasiadas casas en los cerros, aún saliendo de Caracas. "Pasarán muchos años para que se resuelva el problema" decía Jorge. Avanzando más en la autopista, en Aragua, se erigen los pilotes de lo que será el gran sistema ferroviario, son kilómetros de construcción que a pesar que dan la impresión de estar bien adelantada, no aparenta estar lista en corto plazo. No había ningún obrero, y razonábamos que no se justifica que una obra de esa envergadura se paralice por celebraciones navideñas. Las paralizaciones a la larga terminarán encareciéndola, porque los materiales irán en aumento, y eso se suma al presupuesto final. Además: ya es necesario un sistema alternativo de transporte porque la autopista se satura cada vez más.

Todo lo que nos ahorramos nos fue cobrado al triple, porque en la autopista Valencia Puerto Cabello, en El Cambur, había una tranca a la que dedicamos como dos horas. Menos mal que venían las empanada con nosotros. De todas maneras un enjambre de vendedores se dispersaba entre los carros para ofrecer chucherías, refrescos, jugos, inflables para la playa, cervezas, cds del Conde del Guácharo, café... toda una feria carretera. Al tomar el distribuidor Morón - Puerto Cabello la cosa se alivianó, para agravarse en Boca del Yaracuy. Lo soportamos estoicamente, porque nos esperaba más adelante un baño en playita.


Era buena hora cuando llegamos al parque nacional Morrocoy, a una de las casas de orilla de playa, cercada en bloques, casi derruída. Jorge y Anny habían ido en varias ocasiones y ya la señora los conocía de confianza.

Yo no esperé mucho: me lancé sobre la primera ola que vi. Al rato me regreso al camión y veo que estaban afanado en la limpieza Anny y Jorge: la comida que venía en la cava se dañó.

Apenas se pudo salvar la mortadela u la pasta de hígado. Tres pollos padecieron los rigores del calor. Parece que hubo una fuga en la cava y por ahí se salió el agua. Los perros de la playa lo disfrutarán.




Acomodado todo, nos fuimos a las olas del mar. Un señor se chuqueaba por el lomo curvo de un cocotero, asegurado apenas con una cuerda en la cintura. Anny necesitaba su ración de coco. Y más.

La señora ofreció un almuerzo playero por apenas 80 bolívares para tres personas y media. ¡Un tremendo almuerzo! con pescado frito, arepas, tostones, ensaladas, salsas. El refresco hubo que mandarlo a comprar con una de sus hijas gemelas, creo que la que estaba embarazada.



Luego que le fue comprado a Anny su preciado coco, el señor le regaló a Jorge dos racimos completos. La señora cobró 40 bolívares por meter el camión en el patio lateral... por todo 120, muy barato para el buen momento que se pudo pasar.

Al salir entramos a participar de otra cola de carros para poder echar gasolina, y de vuelta a la pequeña patria yaracuyana. Aquí estoy en el lugar del diario escribir tecleando estas últimas palabras del diario de viaje que nos llevo por buena parte de la geografía venezolana, y fuera de ella. Simplicio se reportó: siguió su rumba a otra playa, quién sabe dónde. Ya me llegó una invitación para ir a Colombia. Estaremos informando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario